Es inevitable preguntarse si la educación que hemos recibido de nuestra familia nos condiciona como padres.
Hay una serie de preguntas y reflexiones que nos pueden ayudar a analizar nuestra faceta como hijos y como padres, y que nos pueden orientar acerca de qué podemos hacer para mejorar la educación recibida. Qué no debemos repetir y qué debemos cambiar. No se trata de culpar, sino de transformar positivamente aquello que no nos ayudó a madurar de forma correcta.
¿Qué podemos hacer para mejorar la educación recibida, qué no debemos repetir y qué debemos cambiar?
Algunos estilos educativos recibidos hacen que nuestra propia madurez y crecimiento personal se hayan visto interrumpidos o menoscabados.
La culpa, la dependencia emocional, el miedo, la vergüenza, el perfeccionismo… son algunos de los factores que nos impiden la autorrealización interior. Que además nos llevan a posicionarnos como víctimas o con resentimiento.
Es importante reconocer nuestro resentimiento, si lo hay, porque es un sentimiento inmovilizador. Corremos el peligro de acabar nuestras vidas en una irritación permanente contra los demás, perdiendo así nuestros objetivos vitales.
Victimismo y resentimiento hacia los demás y hacia uno mismo van de la mano, lo cual es un freno para alcanzar una evolución positiva y satisfactoria de nuestra propia vida.
¿Qué podemos preguntarnos sobre nuestra propia educación?
- ¿En tu infancia se te hacía sentir valioso e importante por el mero hecho de existir, por ser un ser humano, y además de por ser parte de la familia, fuese cual fuese tu comportamiento? ¿O se te hacía sentir insuficiente, inútil y, a veces, hasta un incordio cuando no cumplías con las expectativas que ni siquiera se te comunicaban de manera clara?
- ¿Se te demostraba confianza o cuando te comportabas mal te juzgaban como persona mala, inservible o tonta?
- ¿Sentías que para que se te quisiera o aceptara, necesitabas hacer las cosas mejor que los demás y así evitar el rechazo o la indiferencia?
- ¿Se te motivaba a comprender por qué se te pedía hacer las cosas o se te enseñaba a conformarte con lo que se te ordenaba?
- ¿Se te decía que los niños debían estar en su sitio y no opinar sobre los asuntos de los mayores? ¿O, por el contrario, te sentías libre de expresar tus pensamientos y opiniones sin miedo a ser juzgado negativamente o castigado?
- ¿Tus padres te permitían hablar con ellos sobre los temas que te parecían interesantes y recibir toda su atención, o tus sentimientos y emociones se interpretaban como caprichos o niñerías que no merecían la pena ser tomadas en cuenta y o no te escuchaban o usaban la ironía y el sarcasmo?
- ¿Se te trataba con respeto y se te reconocía tu dignidad, o se te consideraba como alguien ha quien hay que formar y reformar sin contar con sus sentimientos?
- ¿Sentías que eras amado incondicionalmente o te transmitían que eras una carga, o que les eras simplemente indiferente?
- ¿Tus padres reconocían sus errores cuando los cometían o tenían que tener la razón siempre delante de ti?
- ¿Te demostraban confianza en tus potenciales y se te animaba a que asumieras tus responsabilidades?. O ¿con su protección excesiva o con su falta de fe en ti, proyectaban un juicio de que eras insuficiente?
- ¿Respetaban tu vida privada, emocional y física, o se entrometían y te exigían que les contaras todo lo que pasaba sin que ello fuera recíproco?
- ¿Te animaban a que pensaras bien de ti mismo, y a tener un buen autoconcepto?. O ¿se te enseñaba a que no te alabaras a ti mismo, aun cuando te lo merecías?
- ¿Se te valoraba igual que al resto de hermanos u otros chicos de tu entorno?. O ¿se te comparaba y menospreciaba haciendo diferencia de trato y consideración?
- ¿Te hacían entender que los seres humanos somos capaces de grandes cosas y que la vida tiene sentido y que puede ser fantástica?. O ¿se quejaban de lo difícil, aburrido y absurdo que era todo?
Estas preguntas sobre la educación y trato recibidos en nuestra infancia nos ayudan a formar y reconocer nuestro mapa emocional. Y pueden resultar útiles a la hora de relacionarnos con nuestros hijos.
Hay determinados hábitos que al reconocerlos podemos cambiar. Puesto que la perfección por definición no existe y porque estamos en proceso de superación. Todos, de alguna manera, estamos en un proceso continuo de aprendizaje y cambio.
Marta Castro Moya. Coordinadora del Programa Acude.
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